por Antonio Morales
Estamos metidos de lleno en la celebración de Noviembre Forestal, una iniciativa que nació con el objetivo de acercar los bosques y su importancia a la sociedad. El próximo año se conmemora el 75 aniversario de las primeras repoblaciones de pinar en las cumbres de la isla, promovidas por el Cabildo de Gran Canaria. Esta efeméride señala el comienzo de un cambio de modelo de gestión del monte en nuestro territorio. Hasta ese momento, la desaparición de la masa forestal de pinar, laurisilva y termófilo, había alcanzado proporciones alarmantes. Se había convertido en un paisaje asolado que sufría una rápida desertización por la erosión del suelo desprotegido. Hoy, afortunadamente, la imagen es diferente. Disponemos de grandes pinares jóvenes de menos de 75 años junto a zonas con ejemplares que han sobrevivido varios siglos. Aun así, sólo el 15% de la superficie con capacidad forestal de la isla - 20.000 hectáreas- se encuentra arbolada, lo que supone que aún se puede incrementar la envoltura vegetal de Gran Canaria.
La iniciativa de reverdecer las cumbres partió del Cabildo de Gran Canaria, que encargó a su director de Vías y Obras de aquel entonces, Simón Benítez Padilla, el primer Plan Hidrológico. Lo culminó en 1946 y fue aprobado al año siguiente. Presas, granjas agrícolas experimentales, canales, viveros y consorcios de fincas se han ido haciendo realidad en la isla. 75 años de compromiso del Cabildo con la gestión del monte que, a medida que crecía en altura y extensión, presentaba nuevos retos de gestión que durante todos estos años ha ido afrontando esta institución.
Hoy el reto es muy complejo, ya que debemos proteger nuestra biodiversidad de la erosión, las sequías y los fenómenos meteorológicos extremos derivados del cambio climático. Una de las principales amenazas son los grandes incendios forestales. Este riesgo no existía hace 75 años, cuando los bosques se habían reducido a la mínima expresión y las zonas de cumbre abastecían con sus escasos recursos a una población menguante que luchaba por su supervivencia.
La repoblación forestal iniciada hace 75 años dio lugar a una gran ‘familia forestal’ que surgió por la camaradería entre el personal del Cabildo y la sociedad civil que participaba en las campañas del Día del Árbol. Pero estas actuaciones originaron poco después, paralelamente al crecimiento de los bosques y la consecuente acumulación desmesurada de biomasa, la amenaza de los grandes incendios forestales, por lo que tuvo que dotarse a la isla de los medios necesarios para prevenir y extinguir los fuegos.
Hoy día Gran Canaria ha sido testigo de incendios de ‘quinta generación’ y nos preparamos para un nuevo escenario de mayores amenazas ante el cambio climático. De una cuadrilla de peones para cuidar nuestros montes, liderada por el ingeniero Juan Hidalgo, hemos pasado a un amplio operativo de equipos de bomberos forestales, investigadores, personal técnico, helicópteros, tecnología punta y un dispositivo de equipos de Protección Civil en cada uno de los municipios. Pero no es suficiente. El fuego no responde a la lógica de los recursos que puedan destinarse a su extinción. Ningún servicio de extinción del mundo puede ya contener a los grandes incendios forestales de quinta y sexta generación que quedan fuera de la capacidad de extinción humana. Con unas llamas de decenas de metros de altura y unas velocidades de propagación nunca vistas, calcinan todo lo que se cruza en su camino, ya sean bosques o poblaciones.
La extendida expresión que afirma que los incendios se apagan en invierno no deja de ser cierta, aunque insuficiente. Por un lado, refleja la necesidad de realizar una permanente actuación sobre el monte para gestionarlo adecuadamente. Por el otro, la ‘eterna primavera’ de la que gozábamos está viéndose alterada por olas de calor cada vez más frecuentes y prolongadas. Ante este escenario, seguimos padeciendo largos ciclos de sequía que desecan nuestra tierra y la hacen más vulnerable al fuego. Es por esta razón por la que se mantienen los dispositivos contra incendios durante todo el año, reforzados durante la campaña de verano y equipados de medios de transporte y extinción, sistemas avanzados de vídeo vigilancia y otros recursos tecnológicos.
Estas medidas son fruto de la experiencia y de la estrategia que se desarrolla ante el fuego. Han sido varios incendios los que en los últimos años nos han demostrado nuestra vulnerabilidad y han causado un profundo dolor colectivo. Pero también hemos aprendido. Hemos adoptado un vocabulario específico, una lengua que es cotidiana en los medios de comunicación con palabras como ‘Presa’, ‘Bravo’, ‘Delta’, ‘Intensidad’, ‘Severidad’, ‘Superficie’, ‘Potencial’... todas ellas aplicadas a los incendios.
También estamos aprendiendo a tratar el fuego y a controlarlo antes de que se origine. Los últimos incendios que hemos sufrido se han encontrado con infraestructuras de prevención previamente ejecutadas. En el de Tejeda, el pasado 2023, la superficie afectada fue de 431 hectáreas, pero su potencial era infinitamente mayor. En esta ocasión, las actuaciones de cortafuegos (quemas prescritas, rebaños bombero, retirada de vegetación...) permitieron 'conducir' las llamas hacia su extinción al no encontrar exceso de combustible para extenderse.
El pasado mes de agosto tuvimos el único incendio reseñable de esta temporada. Su rápida propagación hizo temer lo peor, pero pudo ser controlado de manera eficaz, por lo que afectó únicamente a 18 hectáreas de palmeral y cañaveral, así como a algunas instalaciones agrícolas y turísticas. En este caso, la limpieza que se había realizado previamente de hojas de palmera secas y retirada de cañas, supuso la diferencia entre el control del incendio y el riesgo real de que llegara a la zona de Tunte y desde allí se pudiera propagar por las montañas y provocar un desastre de miles de hectáreas de bosque quemado. A la prevención se une la rápida respuesta y eficiencia de todos los agentes y servicios implicados en su extinción. La cooperación institucional, de las empresas y los cuerpos de voluntarios ha ido perfeccionándose para mejorar su eficacia.
A pesar de todos estos avances, no debemos perder de vista el contexto general. Gran Canaria se encuentra ante un escenario de grandes incendios forestales. Corremos el riesgo de sufrirlos en cualquier momento. En los últimos 24 años, nueve grandes incendios forestales han afectado gravemente a nuestra isla, lo que da una media de un gran incendio forestal cada 2 o 3 años.
La estrategia convencional de prevención basada casi exclusivamente en la extinción de incendios ha llegado a su límite de efectividad. Por eso, la era de la extinción va dejando paso a la era de la gestión del paisaje, que es algo tan simple como la necesidad de dar al territorio usos que garantizan la convivencia entre espacios naturales, productivos o habitacionales que actúan como cortafuegos, como se ha demostrado en diferentes incendios. La recuperación del suelo agrícola forma parte de una de las líneas de actuación del Cabildo en su objetivo de lograr la soberanía alimentaria y la protección ante los grandes incendios forestales.
Para ello se ha impulsado la estrategia Gran Canaria Mosaico, que promueve la recuperación de paisajes mosaicos basados en el equilibrio entre los espacios naturales y las actividades rurales tradicionales, así como la adaptación de la sociedad para convivir con el fuego. Son territorios donde conviven diferentes tipos de bosques con sembrados o pastos y donde cada una de estas piezas pone obstáculos al fuego, que se propaga más lento y hace posible sofocarlo. Se realiza un amplio abanico de actuaciones de prevención mediante la gestión del paisaje, que se desarrollan durante todo el año: quemas prescritas, rebaños bombero, tratamientos forestales, limpieza de palmerales y cañaverales, fomento de la silvicultura con la apertura de la primera fábrica de pelets, apoyo a los pinocheros, a los pastores, al carboneo tradicional y un largo etcétera. Son medidas que nos convierten en referencia en toda España y que atraen también el interés de bomberos forestales de otros países que acuden a Gran Canaria para aprender nuestras tácticas.
Se trabaja durante todo el año en mejorar la formación, los equipamientos y la dotación de nuestro cuerpo de bomberos forestales y de las agrupaciones de Protección Civil de los municipios. En los municipios se realizan varios Programas de Formación en Alternancia con el Empleo (PFAES) que preparan a los futuros bomberos forestales y profesionales silvicultores.
A los recursos de personal cualificado, hay que sumar la constante mejora de infraestructuras hidráulicas, desalación, depuración, reutilización y almacenamiento de agua con la red que unirá las ocho grandes presas del Cabildo que rodean la caldera de Tejeda. Estas actuaciones nos devuelven al pasado, a aquel Plan Hidrológico de 1946 y a la posterior construcción de las grandes presas que se desarrolló paralelamente a las labores de reforestación. También hemos innovado y sorprendido a muchos con la creación e instalación de los captadores de niebla que actúan como esponjas del alisio, como forma de recuperar la función que realizaban los bosques que cubrieron la isla hasta la conquista y la posterior puesta en explotación de los recursos naturales para la industria azucarera, la construcción o los astilleros.
Desde lo privado también se puede colaborar. Es vital su actuación para evitar que los incendios afecten a las propiedades y a las personas. El cuidado del entorno inmediato de las viviendas particulares y el cumplimiento de las instrucciones de los profesionales y cuerpos de seguridad delimita la diferencia entre la tragedia o el éxito en la lucha por la supervivencia en caso de un gran incendio forestal. Todas las personas que participan en esta responsabilidad compartida tienen un denominador común: aman a su isla, la cuidan, la disfrutan porque forma parte de su vida. Conocer la isla nos ayuda a curar sus heridas, a atender sus necesidades. La isla es nuestro hogar y la tenemos que cuidar.
Antonio Morales, presidente del Cabildo de Gran Canaria