
por Luis de la Barrera
“Las ideas se tienen; en las creencias se está”, decía Ortega y Gasset. De las primeras “podemos decir que las producimos, las sostenemos, las discutimos, las propagamos, combatimos en su pro y hasta somos capaces de morir por ellas. [...] Con las creencias propiamente no hacemos nada, sino que simplemente estamos en ellas”.
Durante la dictadura franquista, en las Islas Canarias se impuso un nuevo modelo de monocultivo, el turístico, sucesor de los anteriores especializados en el plátano, tomate, cochinilla o azúcar. Fue profundizado con la entrada del Estado español en la Unión Europea, junto con las políticas desarrollistas del propio Gobierno de Canarias y aupado por caciques locales y extranjeros que vieron en él su gallina de los huevos de oro, con el objetivo de desmantelar nuestra industria —tabaquera, manufacturera, pesquera o cementera— y de relegar a un segundo —tercer o cuarto— plano a nuestro sector primario. En resumen, de hacernos más dependientes como pueblo.
Así, instalaron en las cabezas de las personas canarias, pero también en las de quienes no lo son, y que en numerosas ocasiones deciden por nosotras —como los dirigentes del Estado español—, la creencia de que necesariamente tenemos que apostarlo todo a un turismo de masas que depreda el territorio y a las personas que vivimos en él.
Casi nada ha cambiado en la estructura económica y productiva de nuestro país desde la colonización. En el fondo, sigue imperando un modelo en el que unas pocas personas concentran la mitad de la riqueza que se genera en las Islas Canarias, mientras que otro tanto se extrae hasta el continente europeo, sin que la población canaria pueda beneficiarse de las grandes cifras de gasto turístico que se generan en nuestro archipiélago.
Cada vez somos más las personas canarias conscientes del lavado de cerebro que nos vienen haciendo desde bien chicas. Ingentes campañas de marketing pagadas con dinero público y, sobre todo, un discurso instalado en la política, empresariado, institucionalidad, academia y buena parte de la sociedad civil que ha acabado filtrando a pie de calle, según el cual la única vía para progresar económica y socialmente en las Islas Canarias es gracias al turismo de masas.
Sin embargo, la realidad es tan tozuda que esta creencia por fin está rota. No ha sido la turismofobia ni el econazismo quienes se la cargaron, sino el comprobar cómo las condiciones materiales de vida de la gente canaria a cada año que pasa son peores, sin que se atisbe en el futuro una leve mejoría.
El 20 de abril supuso un chorro de agua fresca para todas aquellas personas que han desterrado la creencia de que el turismo de masas es el salvavidas de las Islas Canarias, porque por fin cambió el discurso en los bares, centros de trabajo o almuerzos familiares. Decir que el turismo de masas está acabando con la economía, medio ambiente, cultura, identidad y servicios públicos de nuestro archipiélago ya no es objeto de burla e infantilización, sino de puesta en valor.
Por parte de la política, no fueron pocos los partidos que primero se posicionaron en contra de las manifestaciones y de esta ruptura del consenso sobre el modelo turístico, tanto de derechas —CC y PP— como de izquierdas —PSOE y ASG—. Otros intentaron hacer bandera de exigencias que ellos mismos no cumplieron durante sus gobiernos —Ps, SSP y NC— y quisieron sumarse a la ola, a ver si con suerte no les pegaba el revolcón en la orilla.
Y por último, quedaba un partido, Drago Canarias, que ya en su programa electoral del 28M recogía todas las propuestas que se incluyeron en el manifiesto de los colectivos convocantes. En ciertas materias, me atrevería incluso a decir que con mayor rupturismo con el modelo actual. Nuestro eje discursivo se basó siempre en que el turismo tiene que decrecer, además de en potenciar nuestra soberanía ampliamente entendida, junto con aplicar la democracia de kilómetro 0, de forma que las decisiones que afectan a las Islas Canarias se tomen aquí y no en el continente europeo.
No han sido pocos los intentos de destruir este ambicioso y digno proyecto político, desde filtraciones de contenidos e infiltraciones de militantes de otros partidos, pasando por el bloqueo mediático, hasta las constantes amenazas, descalificaciones e insultos que nos dedican desde algunos medios de comunicación y el odio que nos profesan en las redes sociales. En el caso de Gran Canaria, hemos sido objeto de difamaciones y de censura periodística cuando hemos señalado las prácticas abusivas e incluso corruptas de ciertos empresarios turísticos con la complicidad de las instituciones.
El miedo que tienen numerosos actores políticos y económicos a perder su status quo en las Islas Canarias es real. Además de animar a que prosigan las acciones en la calle, mediante la convocatoria de nuevas manifestaciones, pegadas de carteles, charlas informativas o movilización en las redes sociales, nuestra hoja de ruta será conseguir el máximo poder de representación posible en ayuntamientos, cabildos y gobiernos a lo largo de todo el país, que haga posible la transformación del actual modelo de turismo de masas a uno que se articule en torno al bienestar de las personas canarias y su territorio.
Si no conseguimos acceso a los boletines oficiales y a la ejecución presupuestaria, los mismos partidos políticos que nos han conducido al desastre actual o que no tienen programa para poder salir de él, seguirán tomando decisiones nefastas para el pueblo canario, o incluso a veces gatopardistas, para que nada cambie y todo siga igual.
Desterremos entre todas la creencia de que en las Islas Canarias vivimos gracias al turismo de masas. Otro modelo, otro archipiélago, es posible.
Luis de la Barrera, portavoz de Drago Gran Canaria