miércoles 03 de julio de 2024 - Edición Nº337

Política general

Revista ACOP

El siglo de las ciudades en la era de las marcas

Artículo publicado en La Revista de ACOP - Las ciudades, preexistentes a la organización estatal, compiten unas contra otras por lograr notoriedad, es decir, agitan su marca para imponerla


por Jesús Espino González


El alcalde de Londres, Sadiq Khan, explica recurrentemente que el siglo XXI es de las ciudades mientras que el XX fue de los estados nación y el XIX, de los imperios. Ciertamente, por méritos propios, las ciudades se han convertido en actores políticos de primer orden, anteponiéndose con frecuencia a sus regiones y a veces hasta a sus naciones. Más de la mitad de la humanidad está concentrada en urbes y la tendencia es continuar creciendo a un ritmo vertiginoso: el Banco Mundial prevé que en 2050 serán siete de cada diez personas las que vivan en grandes municipios, algunos de ellos hiperpoblados, lo cual supondrá un reto sin precedentes para la sostenibilidad medioambiental, económica y social.

 

Las ciudades, preexistentes a la organización estatal, compiten unas contra otras por lograr notoriedad, es decir, agitan su marca para imponerla. Pero la consolidación de las enseñas territoriales en el imaginario global no es el objetivo último. En términos de gestión pública, el verdadero propósito es mejorar la calidad de vida de los vecinos, captar residentes e inversores, atraer y retener talento. En definitiva, generar actividad económica, empleo, conocimiento y bienestar. La marca es un medio, no un fin; es un relato, no un logotipo; es una estrategia, no una táctica.

 

Hay cuatro componentes elementales de la marca territorio: condiciones naturales, planificación estratégica, estabilidad política y colaboración público-privada. No siempre actúan en ese orden, pues por positivas que sean las condiciones poco puede hacerse sin un Gobierno estable; del mismo modo, de nada sirve programar si la sociedad civil no está comprometida, no colabora ni se identifica con la ruta trazada. Quizá la forma más sólida de construir una marca es siguiendo la secuencia lógica, de abajo arriba, a partir del terreno de las condiciones naturales, el forjado de la planificación estratégica, el hormigón de la estabilidad política y los ladrillos de la colaboración público-privada.

 

Comencemos pues por las condiciones naturales para construir un edificio robusto. Es evidente que un lugar bendecido por el clima, bien emplazado, fácilmente conectado y con abundantes recursos –empezando hoy por el capital humano– parte con ventaja. Hay excepciones paradójicas como ciertas zonas de Oriente Medio que han sabido suplir sus carencias y colocarse en el mapa a base de efectismo e impostura ilimitados. España, sin necesidad de artificios, tiene todo a su favor y construyó marca, desde el Spain is different acá, con el gancho del Sol y la playa. El litoral, la vegetación, el patrimonio histórico, la gastronomía… Son fortalezas orgánicas que crean una industria cuya modernización demanda de las administraciones apoyo a las iniciativas emprendedoras, así como promoción del destino y sus productos para ganar competitividad, fidelizar clientela y abrir nuevos mercados.

 

En lo que a planificación estratégica se refiere, ahora vemos clara la brújula en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), establecidos por Naciones Unidas para 2030. Pero mucho antes ya había territorios anticipándose, confeccionando planes propios ambiciosos, pensando a medio y largo plazo para que la transformación de sus municipios fuese institucionalizada, fijada por escrito en un documento consensuado y compartido. Barcelona fue pionera y marcó el camino a otras capitales españolas. La captación de fondos europeos ha resultado un ejercicio muy provechoso: incrementó la complejidad de los procesos y controles en la Administración local obligando al diseño de políticas públicas con perspectiva.

 

Nos referíamos a la estabilidad política, metafóricamente, como hormigón. Sin estabilidad política, seguir los pasos pautados en un plan estratégico puede ser muy difícil, incluso del todo imposible. Porque trabajar a largo plazo es hacerlo pensando no en los próximos cuatro años, sino a décadas vista. Menos fachada y más cimientos. En este sentido, las mayorías estables son un agente que opera a favor de la planificación porque imprimen velocidad y certidumbre a los proyectos y, por consiguiente, facilitan la transformación de los territorios. La pluralidad es deseable, pero la atomización de los plenos municipales suele acabar convirtiéndose en una debilidad porque, en el afán de hacer distinguible su oferta electoral, los partidos pequeños ralentizan o bloquean la acción para ser sujetos de la conversación pública. Y si están en el Gobierno erigidos en llave, necesitan una visibilidad aún mayor que sólo logran condicionando, mediante una escenificación casi siempre agresiva y ruidosa, a los socios grandes, atrapados en la coalición –a escala local, recordémoslo, no cabe adelantar las elecciones–. ¿Hasta qué punto afecta el bloqueo político a un territorio? Para la gestión pública, el efecto de no disponer de ordenanzas fiscales –donde se establecen los ingresos– y presupuestos –donde se establecen los gastos– es demoledor y paralizante: acaban prorrogándose las cuentas anteriores y, en ese modo piloto automático, no hay posibilidad de introducir nuevas inversiones hasta el siguiente ejercicio...


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